Hugo es un niño de 7 años. Suele
venir a nuestra consulta de alergia infantil para hacerle un seguimiento. Está
bastante bien ahora. Os cuento su historia:
La familia de "Hugo". |
Vive con sus
padres y un hermano mayor que él. Nació muy sano, pero a los pocos meses de
nacer (su primer invierno), tuvo que acudir a la guardería para que su madre se
reincorporara al trabajo, y ahí comenzó su relación con las toses, mocos, y
fiebres… tras acudir bastante preocupados a urgencias, los padres de Hugo se
hicieron expertos en “ventolines”, cámaras espaciadoras y mascarillas. Parecía
que pasaba más tiempo en casa con abuelos o vecinos que en la guardería… y
acabaron por darle de baja. Al principio pareció no caer tan a menudo enfermo,
pero el caso es que su hermano mayor, que ya había empezado en el cole, de vez
en cuando traía algún virus, que al pobre Hugo siempre le afectaba más…
Los padres de
Hugo consultaron especialistas varios, y la respuesta solía acabar con un
consejo de “paciencia… posiblemente al ir
haciéndose mayor, los episodios de ahogo, tos y mocos se irían distanciando”.
Y así fue.
Más o menos al
empezar el colegio infantil, sobre los 3 años, pareció que el uso de medicación
inhalada y antibióticos se les fue olvidando… salvo algún “catarrillo” de nariz
el niño pasó el curso bastante bien, y apenas tuvo que faltar a clase (ni sus
papás al trabajo).
"Hugo" y la fábrica de pañuelos |
Como esos
síntomas de nariz eran mucho menos preocupantes, no les hacían mucho caso. Se
acostumbraron a tener una buena reserva de pañuelitos de papel en el bolso, en
el coche, en cualquier sitio. Pero con cuatro años, entró en la familia un
nuevo miembro: Flora. Una conejita preciosa, una bolita de pelo a la que los
niños acogieron como locos. La manoseaban, la dejaban corretear por todos
sitios, le daban de comer, la disfrutaban un montón.
La conejita Flora, una más de la familia |
A los pocos
meses, Hugo ya no solo era una pequeña fábrica de mocos y estornudos
frecuentes, sino que le apareció un pequeño surco rojito en la nariz de tanto
frotársela, y hacía unos ruiditos con la garganta continuamente. Al preguntarle
por qué, contestaba que porque le picaba “por dentro”… Además, estaba muy
irritable todo el día porque no descansaba bien de noche, le escuchaban hasta
roncar.
El padre de
Hugo había tenido dermatitis de pequeño y ahora sabía que era alérgico al polen
de olivo, que cada primavera le fastidiaba bastante, así que reconoció los
síntomas de su hijo y pensó que podía tratarse de una alergia.
Cuando
consultaron a su pediatra de atención primaria, les dijo que posiblemente
tuvieran razón, pero que no podía derivarle al hospital para hacerles pruebas
porque “no tenía la edad”. Que hasta los 5 años no podía hacérselas. En
realidad, esto no es cierto. NO HAY UNA EDAD A PARTIR DE LA QUE SE PUEDEN HACER
PRUEBAS DE ALERGIA. El problema, en este caso, es que solamente se dispone de
una sección en pediatría del hospital público donde se manejan las alergias de
los niños hasta los 14 años. Para cubrir el área de TODA la provincia y parte
de alguna colindante. Y esto antes de los “recortes sanitarios”. Así que se
intenta reducir el número de pacientes que se derivan a esta consulta (atendida
lo mejor que se puede por 2 médicos, 2 enfermeras y 1 auxiliar, claramente
desbordadas).
Así que Hugo y
su familia, tuvieron que acudir a un alergólogo fuera del sistema público. Y en
15 minutos, se le hicieron las pruebas en la piel (los conocidos como prick
tests), sin necesidad de extracciones de sangre, y encontraron su respuesta: el
niño tenía alergia a los ácaros del polvo y al epitelio de conejo.
El alergólogo
les enseñó cómo tratar los síntomas de Hugo. Y aunque fue un poco duro, la
conejita Flora tuvo que ir a vivir con los abuelos, donde podían visitarla
siempre que Hugo hubiera tomado su jarabe y se lavara muy bien las manos
después de jugar.
Quitaron los
peluches de la cama de Hugo, aunque su preferido se quedó para dormir, a
condición de que se iba a la lavadora cada semana con las sábanas.
Los peluches, un aliado de los ácaros del polvo |
Ahora Hugo ya
no es “el niño de los pañuelos”, incluso comenzó a hablar mejor y también descansaba
toda la noche sin roncar.
El alergólogo
les explicó que había que ir haciendo un seguimiento de los síntomas de Hugo,
porque a veces pueden ir a más a pesar del tratamiento y en ese caso sería
necesario realizar otro tipo de tratamiento más específico, las llamadas
“vacunas de la alergia”, que tratan la causa que provoca los síntomas. Y así
quedaron en hacerlo. Y Hugo y su familia mucho más tranquilos conociendo el
diagnóstico de su hijo y cómo manejarlo.
Dra.
Gloria Requena Quesada
Médico
Especialista en Alergología
Grupo AlergoMálaga.
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